19980405do, Diario "EL SUR", Cuerpo 2, sección "CULTURA Y ESPECTACULOS", página 19.
Como si en el mundo no pasara nada más, nuestro periodismo televisivo se ha dedicado de lleno, impúdicamente, al triunfo (histórico, quien podría negarlo) del Chino Ríos. Patricia Larraín, ungida ya como la nueva madre, hermana o polola de Chile, tomó rapidito el avión para transformarse (vicariamente, quién podría negarlo) en la figura central de Viva el Lunes. No logré vencer la tentación de sintonizar un rato el vilipendiado programa. Escuché de entrada una pregunta increíblemente original, casi tan antológica como aquella de las máscaras anti-gas en la Guerra del Golfo: "¿Qué sentiste cuando ganó el Chino?" Tuve que irmé de allí.
De haber sido sociólogo licenclado, habria estado tomando apuntes, día y noche, desde el minuto preciso en que el Chino asestó el último y letal servicio. Esa efervescencia popular es muy significativa. En lo hondo de ella late el drama de Chile.
Ante lo genuino yo suelo dejar de lado mi cinismo. El domingo pasado disfruté y celebré como todo el mundo. Días después, desdoblado y viendo el fenómeno en perspectiva, lo relacioné -por extraño que parezca- con el cine chileno; particularmente, con la cinta nacional que se estrena el próximo jueves ( "Gringuito" de Sergio Castilla).
Aunque a los directores chilenos les cuesta reconocerlo, nuestro cine arrastra, desde hace décadas, un pesado fardo neorrealista. Sé de mucha gente que está hasta la coronilla ("hasta más arriba del paracaidas", habría dicho el Vitalicio) de ver, en nuestras pocas películas, a chilotes, campesinos, pobladores y gentes rústicas y venidas a menos. Suena feo, ya lo sé, pero ese rechazo es una realidad (una de las tantas que muchos callan para no pagar los costos de la incorrección política ). No se trata de que no aparezcan, sino de que dejen de ser vendidos como la quintaesencia de la chilenidad.
Yo creo que esta distorsión obedece menos a prejuicios ideológicos que a sentimientos de culpa. El cineasta, como todo artista, es un privilegiado, un miembro de la elite, un aristocratizante (en térmínos espirituales, claro está). Aunque no tenga un cinco, y esté a punto de comerse sus zapatos. Con visiones patéticas como las del filme "Caluga y menta", el cineasta cree acercarse al pueblo, a lo popular, pero en realidad está siendo paternálista, se está alejando de una manera lamentable.
Tengo entendido que "Gringuito" trata de un niño chileno criado en Nueva York, el cual, reimplantado en Chile descubre la felicidad en compañía de un carretonero de la vega luego de recorrer, con mirada candorosa, el lado oscuro y miserable de la ciudad. Lo típico, una vez más. ¿Donde está, en este cuadro, la epopeya de la sacrificada y empeñosa clase media, que, endeudada y todo, está haciendo lo imposible por salir del limo y labrarse un futuro mejor para la generación siguiente?
Pienso que nadie querría hacer una película sobre el Chino Ríos, un tipo del barrio alto, sin complejos de culpa, que se ganó a pulso cada dólar de los muchos que ha ganado y cada punto de los que lo encumbraron hasta la cima del everest tenístico. Nadie quiere hacer películas así, pero estoy seguro que hay muchos que querrían verlas.
¿Es que hay que repetirlo una vez más? Chile entero de capitán a paje, padece el delirio del Jaguar. Las mitologías lastimeras y asístencialistas ya murieron. Ya murió el mundo de "Sub terra" y la Cantata de Santa María. Chile es, este momento, una enorme voluntad de ser, un país que quiere desesperadamente ser "Top one". Ello explica la alegría multitudinaria del domingo pasado. Aunque todo sea un delirio sin asidero.
Última revisión de este documento: 19980605 Viernes por Rodrigo "AlleyGator" Hunrichse, rhunrich@ing.udec.cl
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